Dulce compañía

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Piso con furia

a mi ángel guardián,

lo piso sin ritmo,

lo quiero patero y bebible,

ungüento en mi piel reversible.

angélica pasta

que empasta tostadas.

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No piensen que bailo,

lo piso sin gracia,

así como en caricias

y en persecuciones

acá el swing no sirve,

es adorno y falacia.

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Se muere de a poco,

bendice mis pies desquiciados,

me da su perdón,

su palabra perdón

es apenas globito morado.

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Sonríe su único labio,

sus dientes son nube

de polvo dorado.

¿Será ese el polvo

que me hubo engendrado?

¿En la verga paterna

se habrá despertado,

para entrar radiante

al vientre vacante

de la buena madre?

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Ahora mi ángel

es una ensalada

de hueso molido,

pantano rojizo,

gelatina y lava.

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Pero están sus ojos,

me miran,

me guardan

y aguardan mi calma.

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Ágiles ojos desnudos,

valientes, inquietos,

del celste cielo

tienen la mirada.

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No puedo pisarlos,

se escurren con magia,

brillantes viscosos,

ellos sí que bailan

una danza santa.

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"¿Qué haré con tus ojos,

mi ángel?" pregunto.

"¿Qué haré con mi cuerpo?

Mis fuerzas se acaban".

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Hipnóticos ellos me arrullan,

me hundo en el sueño,

me cubre y me abriga

un pantano

de angélica pasta.